El amor.
Hay tres mujeres en el sofá del salón.
soy un cowboy y las reses me fatigan,
pero es peor cuando vuelvo macerado de tabaco, de mi sudor y mi sangre
y me las encuentro en el sofá.
No me piden que vigile hasta altas horas de la noche con el rifle calado.
Sería más fácil que escucharlas cuando se sinceran.
A veces espero que uno de esos osos me reviente o que me muerda el calcañar una serpiente
y me impida ir a la iglesia el domingo cuando ellas huelen como el río en primavera.
Quisiera mantener cierta distancia con las que ahora están en el sofá
porque sus besos y su risa desaparecerán
un poco después de que me haya marchado, con suerte.
Y eso la verdad no me reconforta
cuando el sol del atardecer deja que la brisa sane.
De pronto se ponen a bailar y sus vestidos y sus pelos y sus flores
comienzan a asfixiar mi alma.
Sería más fácil estar debajo de un sioux evitando que me rebane el cuero.
Sería más fácil porque amar va serio y la vida es una broma.
Y proteger la mecha en este vendaval de lágrimas
cuando lo único seco es la cuerda del ahorcado.
Olvidar sus nombres, ir más ligero, abdicar del pellejo que me sostiene
qué más da lo que yo haga si ya estoy maldito.
Yo quise ser un cowboy sencillo, pendenciero y avinagrado.
Pero hay tres mujeres en el sofá.
Y hay que lidiar con eso.
Quisiera maldecir a Dios por la suerte de conocerlas
y de sentir por ellas tal amor
que no sea saciado en esta vida
ni en las que el desierto nos permita ser.
Tampoco voy a decirle nada, digo a Dios, todavía.
Sea por un rato
que ha merecido la pena.
Tener a esas tres mujeres en el salón de mi casa.