A Manolo Preciado se le tiene por una persona humilde. Un tipo campechano, sencillo, de corbata desajustada y bigote anacrónico (todos los bigotes lo son). Cae bien, en general. Como entrenador, sobrevive sin alardes. En sus apariciones en los medios vemos a alguien convencido del papel que le ha tocado desempeñar, usando mensajes claros, sin dobleces, manteniéndose en esa pose de honestidad simplona que tanto se alaba en un país en el que se desprecia lo diferente, lo que sobresale. Messi cae mejor que Cristiano, porque se le ve tímido y apocado, no es un guaperas que exhiba su ego. De la misma forma, al gran Afredo Krauss se lo tenía por un engreído estirado, simplemente porque no hacía gestos de falsa humildad y era capaz, en una entrevista con Iñaki Gabilondo (gran admirador suyo), de aceptar de buen grado los elogios tras una actuación antológica y considerarlos merecidos. La famosa envidia española, catalogada así en toda Europa, consiste no en admirar los bienes o virtudes de otro, sino en intentar ningunearlos, en desear bajarlo de las nubes y que se hunda en el mismo barro que los demás. Así, molesta que alguien se sienta orgulloso de su trabajo o de su capacidad. Así, se pide que los funcionarios (que no son sólo enchufados de las administraciones, también son médicos, profesores, policías, arquitectos, ingenieros, administrativos, enfermeras, gente que se gana su plaza estudiando y siendo mejores que otros que también aspiran a conseguirla) dejen de tener trabajo fijo, en lugar de exigir que las condiciones laborales de los demás se dignifiquen. Así, puede prosperar en España una ignorante carente de moral como Belén Esteban hasta el punto de que se la llame "princesa del pueblo". Menudo pueblo...
Por eso, gusta Manolo Preciado, con ese aire aldeano que hace que ningún traje le quede bien. Por eso, no gusta nada Mourinho, de ingenio afilado, inmune al buenrollismo, competitivo hasta la demencia y con el éxito como tarjeta de presentación. En ese sentido, no hay nada de raro en que, tras la rajada de Preciado contra el portugués, medio país se suba al carro con oportunismo, convirtiendo al cántabro en paladín de la mediocridad políticamente correcta, de la rebelión contra el talento y la diferencia. Si encima añadimos el antimadridismo como condimento, tenemos la explicación perfecta a lo que lleva sucediendo durante todo el día en Internet. Todos los que permanecían callados y sin argumentos han aprovechado el cebo de Preciado para sumarse al linchamiento y dar salida a la bilis acumulada.
Porque molesta que Mourinho tenga valor para decir públicamente lo que mucha gente pensaba sobre el planteamiento de Preciado en el Camp Nou. Algo que criticaron muchos periodistas y que incluso provocó un gran malestar entre los propios aficionados del Sporting, que se quejaron de lo lindo en sus foros. Por si fuera poco, hubo quien recordó precedentes en otros países que se saldaron con sanciones, como el propio Mou se encargó de volver a recordar anoche en El Larguero. El caso es que Mourinho no se cortó y habló claro, dejando de paso un recadito para los demás equipos, la evidencia de que esas actitudes no iban a pasar desapercibidas y ahora hay alguien que no duda en criticarlas públicamente. Así que Mourinho puede ser, si se le quiere ver así, un bocazas con incontinencia verbal y alergia a la corrección política, pero no dijo nada que no fuera rigurosamente cierto, y que no estuviera siendo discutido por la opinión pública en ese momento. De modo que Preciado ha sacado los dos pies del tiesto con sus declaraciones.
Se le ve a gusto al cántabro en su papel de defensor del honor de los pobres. Con ese genio repentino, ese orgullo herido en plan "no soy nadie, pero no me dejo pisotear". Y, como decía, tras su bandera se han alineado todos los mediocres del mundo, con los ojos inyectados en sangre ante la posibilidad de apalear al triunfador. Arriba, fracasados de la tierra.
Pero tras el estallido sólo se ve la nada. El inmenso hueco de unos argumentos inexistentes que no logran hacer aparición entre la nube gaseosa del arrebato, de la supuesta dignidad. Porque Manolo Preciado no tiene los huevos que haría falta tener para alinear este fin de semana, en su estadio, el mismo equipo que sacó en Barcelona. Sería la única manera de darle a Mourinho un guantazo sin manos, demostrando que de verdad confía en esos jugadores (a los que no ha vuelto a alinear juntos desde aquel infame día). Pero Preciado no va a hacer eso, y trata de esconder la cabeza tras un ambiente encendido, esperando que el ardor del público contagie a los jugadores del espíritu competitivo que él es incapaz de generar y se obre el milagro. Y, si eso sucede, los imbéciles que hoy le aplauden lo harán aún con más fuerza, sin darse cuenta de que al final están poniendo de manifiesto justo lo que Mou denunciaba: la diferente tensión competitiva con la que algunos equipos se enfrentan a Madrid y Barça. Por lo tanto, esta batalla, incluso antes de que empiece, ya la ha ganado Mou.
Además, Preciado ha sido poco listo, por no decir estúpido, creando esta hostilidad. Le habría bastado con manifestarse en términos más prudentes, hacerse el ofendido cargando las tintas sobre su humilde condición. Dar pena, en definitiva, con lo que gusta eso en este país. En lugar de eso, arma la de San Quintín y le ahorra a Mourinho el trabajo de despertar a sus jugadores tras la clasificación copera y con Valencia y Barça esperando a la vuelta de la esquina. El Madrid irá a Gijón sabiendo que va a la guerra.
En fin, que ayer sabíamos que Preciado era capaz de manchar los calzoncillos a la hora de enfrentarse al Barça. Hoy hemos descubierto que, además, es capaz de llenar el suelo de boñigas tan pestilentes que asfixian. Boñigas que apestan a mediocridad, a envidia, a complejo de inferioridad... Pues así están las cosas: en una esquina del ring, un simpático y aclamado hombre del pueblo, con sobrenaturales habilidades intestinales; en el otro, un portugués conteniendo la risa.