Me mira suplicante. Tiene la respiración entrecortada. No se puede controlar.
—Quiero tocarte—me ruega.
—Lo sé. Pero deja las manos quietas.
El placer aumenta. Me gusta verla inmovilizada y desesperada por tocarme. Desciendo con mis manos hasta sus pechos. La boca otra vez en su cuello. Luego, voy directo hacia sus pezones. Los chupo.
Ana comienza a mover sus caderas.
—No te muevas —le indico.
Continúo mi descenso. Llego al ombligo. Lo chupo. Ana no puede resistir el placer, no logra quedarse quieta.
—Mmm. Qué dulce es usted, señorita Steele.
Me arrodillo y la cojo de los tobillos. Separo sus piernas.
Comienzo a chupar los dedos de sus pies. Los muerdo suavemente. Ana gime. Tal vez, la sorprende un poco, pero luego se entrega a un placer extremo e inimaginable.
Paso mi lengua por su empeine. Comienzo mi lento ascenso.
Del tobillo a la pantorrilla. De allí a las rodilla.
Ana tiene los ojos cerrados y está completamente entregada a las nuevas sensaciones. Cada vez sus gemidos son más fuertes.
Antes de continuar subiendo voy hacia el otro pie. Repito el proceso.