De todo esto, me quedo con una cosa que no puede verse, pero que puedo imaginarme con una claridad pasmosa.
La cara del "entrenador" de su gimnasio cuando vea que este señor se preocupa de cuadrar bien el teléfono para grabar sus golpes al saco. Golpes que bien podrían ser dados por una persona en pleno ictus, pero que aún así no es capaz de darse cuenta de que lo que está grabando es una puta mierda a la altura de la gente que saca fotos de lo que va a comer, y luego no come.
Lamentable, pero bello. La realidad que no ves Miguelito es la que a mí me hace sonreír.