El embrague se tensa de nuevo mientras mi pie izquierdo cede ante su empuje. Mi cuello se balancea ante la fuerza del motor y golpeo contra el reposacabezas con fuerza. Mi cuerpo parece fundirse en el asiento. La mano derecha ha incrustado tercera y las calles desaparecen a ambos lados a una velocidad que me sobrecoge. Un único fallo y se acaba todo.
-¡¡Corre, demonios!!- me grita el imbécil que llevo de copiloto.
- Eso hago,¿no lo ves?. - le respondo con tranquilidad mientras reduzco a segunda para tomar derrapando una calle perpendicular a la avenida por la que ya he hecho demasiado jaleo.
-¿Que coño haces?- me grita de nuevo. Me siento exhausto. Podría rebentarle la nariz aquí y ahora, pero eso no le gustaría a mi hermano. No debo.
-¿Quieres conducir tú?- le pregunto mientras mientras avanzo a toda leche por una calle peatonal.
-Sácanos de esta o Mario te va a cortar los huevos, conductor de los cojones!!- me grita el colega del copiloto, que reposa intranquilo tras mi asiento.
-¿Conductor de los cojones?- grito mosqueado mientras freno y me salto un rojo para incorporarme de nuevo a una vía preferente. - Un conductor es una persona que te saca el coche los domingos por la mañana para ir a buscar el periódico. A mí llámame piloto de los cojones, gilipollas.-
El inútil que murmura tras de mí, chasquea los labios, desesperado. Le miro através del retrovisor interior y tras cruzar las miradas, me pregunta algo que no atino a entender. -Cuando acabe todo esto y estéis a salvo gracias a mi, tú y yo nos vamos a partir la cara, imbécil.- le recrimino mientras el copiloto me mira de forma intimidatoria.
-Si queréis salir libres de esta, será mejor que dejéis de tocarme los cojones, tanto tú... - le señalo con el índice, lo cual no le hace mucha gracia. Golpea la luna de su lado con la culata de la pipa que todavía porta en su mano derecha. El vidrio se quiebra levemente. -... como el jodido energúmeno que tienes como socio.- le digo mientras ladeo la cabeza mostrándole el objetivo de mis palabras.
Las sirenas se hacen audibles de nuevo. Ya vuelven a la carga. No les he podido perder por el portal del ángel. Una verdadera lástima, aunque me lo he pasado de viciio.
Una vez más con la policía tras mis tubos de escape, y es que ir por ciudad a más de ciento ochenta es una locura, me lo tengo merecido. Miro a ambos lados de la calle y tan pronto como reconozco el barrio por el que mi coche flota sobre el asfalto del mismo, bajo a cuarenta tan pronto como los frenos me permiten y tomo un atajo que me llevará a las afueras de la ciudad.
-¿Por que demonios te metes por aquí?- me pregunta de nuevo el copiloto.
-¡¡Oye!!.. A ver, ¿tú como te llamas?- le pregunto mosqueado.
-¿Yo?- me responde incrédulo.
-Sí, tú.- le grito. El empedrado del suelo hace que nuestra conversación se haga más difícil de lo que la situación en sí ya la ha convertido.
-¡Y a ti que coño te importa!- replica indignado.
-¡¡Pues muy bien, Y a ti que coño te importa, o dejas de tocarme los cojones, o hago que nos estampemos por tu lado y salgas disparado por la luna frontal, ¿estamos?!!- grito mientras el volante gira un par de veces a una velocidad que hace que el coche se desplace de forma lateral varias decenas de metros tras salir de la calle por la que había atajado.
De nuevo una vía ancha e idónea para hundir el pedal sobre su asfalto. Písale, me dicta mi pie derecho.
Un par de flashes azules que no se de donde vienen me ciegan. Una furgoneta de la local aparece de golpe por nuestra derecha. Se avalanza sobre el coche sin que yo pueda hacer más que observar como destroza la figura del copiloto para, acto seguido, destrozarme a mi también.