Todavía guardo los recortes de periódico. Imagínate como fue la cosa, que incluso la prensa vendida a los grandes intereses económicos y políticos tuvo que hablar de ello.
No les quedó otra. Hasta entonces habían guardado un sonrojante silencio, pero la gente supo organizarse sin ellos, difundiendo las convocatorias en las diferentes ciudades sirviéndose de sus propios medios. Por aquel entonces las redes sociales ya habían dejado de ser una novelería, todo el mundo tenía una cuenta en facebook o en twitter y, quieras que no, eso nos resultó de gran ayuda.
Pero no fue fácil, ni mucho menos. Incluso entre los más comprometidos, el conformismo y el pesimismo eran los estados de ánimo más comunes. Daban por hecho que nadie saldría a la calle, que si lograban que unos pocos de cientos hicieran algo de ruido en sus respectivas comunidades aquello ya podía considerarse un gran éxito. Nadie imaginó lo que ocurrió, nadie lo vio venir.
Desde nuestra perspectiva actual puede parecer obvio que la gente saliera a la calle, tal y como estaban las cosas. Nada más lejos. Se nos olvida que estamos hablando de los oscuros años de la prensa del corazón y del fútbol. De lo banal y del pasotismo escéptico.
Del desapego político, de la desconfianza y de la resignación. Los partidos corruptos y los medios de masas a su servicio habían conseguido instalarnos en un estado semicatártico.
Nos llegaban los golpes, con una fuerza descomunal, pero no reaccionábamos. No es que nos diera igual, es que carecíamos del nervio necesario para responder a los estímulos. Si se pudiera describir nuestro estado colectivo con una patología, supongo que la más apropiada sería la de estado depresivo. Nos sentíamos insignificantes, vacíos, hundidos, sin esperanza.
Pero llegó el 15 de mayo y, de algún modo inesperado, aquella fecha marcó el principio del cambio.
Por primera vez. Escucha bien, por primera vez en toda la historia española la gente salía a la calle a lo largo y ancho de todo el territorio protestando no contra un gobierno en particular. No contra un partido político determinado, sino contra todos. Contra todos y cada uno de ellos.
Por primera vez la gente salía a la calle sin haber sido convocada formalmente por organización o colectivo alguno, de carácter sindical o de cualquier otro tipo.
Si hablamos de una fecha histórica, no es sólo porque mucha gente saliera a la calle. Sino por cómo salió, por qué salió, para qué salió. Nos habíamos dado cuenta del engaño, entendimos la trampa que suponía aquella falsa democracia, mal llamada representativa, y nos rebelamos.
Queríamos democracia real, no aquella farsa. Queríamos un poder judicial independiente. Queríamos que los partidos políticos se hicieran a un lado, o que se rehicieran y empezaran a funcionar de otro modo. Queríamos que dejaran de encubrirse los unos a los otros, y que abandonaran sus luchas sectarias perfectamente coreografiadas para ser meticulosamente servidas por la prensa bipolar. Queríamos que sus promesas anti corrupción tuvieran fundamento cierto, (¡las elecciones locales iban a ser sólo una semana después y cientos de imputados presentaban su candidatura como si tal cosa!). Queríamos transparencia en las instituciones. Queríamos que a los grandes poderes económicos y financieros no les resultara tan fácil imponer sus intereses sobre los generales.
Todo eso queríamos, y gracias al 15-M entendimos que no estábamos solos en nuestras reivindicaciones. Que mucha más gente sentía lo mismo que nosotros. Aquel día nos reconocimos como ciudadanos verdaderamente responsables, en lugar de como peleles vapuleables, y supimos que el cambio era posible. Por eso el 15 de mayo del 2011 fue una fecha histórica. Porque fue el día en que las cosas empezaron a cambiar.