Vlad III
Un proscrito de la ley. Una vena rebelde. Un hombre que castigaba a los ricos y era alabado por los pobres. Puedes estar pensando en Robin Hood, pero los rumanos usarían estas mismas palabras para describir a su héroe nacional, Vlad III. Un líder que cenó rodeado de sus enemigos perforados profundamente en picas de madera.
Vlad III no tuvo una educación normal. Incluso siendo descendientes del fundador de Valaquia (ahora sur de Rumanía) su familia no actuaban como nobles. La guerra estaba en su ADN y la urgencia por derramar sangre no les dejaba perder el tiempo en debates políticos. Era inevitable que rodeado de guerras y horror acabaría participando también en el futuro.
Valaquia era un estado a punto de ser fulminado del mapa, atascado entre el odiado Imperio Otomano y el poco fiable imperio hungaro. Debido a su escasa experiencia política, Vlad II (El padre) se puso del lado del Imperio Otomano enviando a sus dos hijos (Vlad III y Radu) como cautivos, en una señal de lealtad hacia el Sultán. A corto plazo esto funcionó, porque se logró un acuerdo de paz entre los dos estados, pero a largo plazo tendría consecuencias devastadoras.
Por este motivo es donde, nuestro amigo Vlad con una mentalidad hostil, aprendería el arte de la tortura y llegaría a tener una mente retorcida que se vislumbraría en el futuro.
El hermano de Vlad, Radu, enseguida consiguió los favores del Sultán, Mehmed II, que le aseguró que no sufriría como los otros prisioneros. Radu tuvo acceso a la corte imperial y se convirtió al Islam. Vlad estaba furioso y desarrolló un odio hacia su hermano y el Sultán causándose mayores cicatrices psicológicas, debido a la ira, que las inflingidas por sus captores turcos. Vlad era fustigado a menudo en las mazmorras turcas. Eran las condiciones perfectas para crear un lider sediento de sangre.
Desde Valaquia llegaron noticias que destrozarían del todo los vínculos entre los dos hermanos. La lucha de poder en su estado había causado el asesinato de su padre y de su hermano mayor, Mircea. Vlad demandaba venganza contra los que habían matado a su padre y su hermano. Absurdamente, los turcos creyeron que podían controlar a Vlad como su marioneta y apoyaron su regreso a Valaquia.
Vlad tuvo éxito tomando el poder en Valaquia, pero su inexperiencia le convertía en un objetivo fácil para los militares hungaros, que le expulsaron con comodidad. Fue una derrota embarazosa y Vlad llegó a tal punto de desesperación que en un giro de los acontecimientos les acabo vendiéndo a los hungaros los conocimientos que tenía de las interioridades del Imperio Otomano. Podían usarlo para derrocarles y lo compraron. Regresó a Valaquia con el mismo ejercito hungaro que, ocho años antes le derrocara, pero no era el mismo lider inocente.
El estado valaquiano había caído en la ruína y eran necesarias medidas extremas para restaurar el orgulloso estado a su anterior gloria. La clave era la independencia. Vlad quería que su gente estuviera libre de las cadenas de los nobles corruptos. Construyó un buen número de pueblos para los campesinos y puso en un consejo a gente de entre sus filas, limitando a los comerciantes extranjeros para que la economía de Valaquia pudiera volver a prosperar. Los nobles no escaparían tan fácilmente y, como aquellos ladrones que sufrían métodos inhumanos, acabarían recibiendo el mismo destino. Era un extraño, cruel y retorcido gobierno de igualdad que rompía cualquier pensamiento de rebelión entre la alta sociedad.
Vlad se volvió famoso por toda Europa con la famosa escena de su cena rodeada con los que le habían desafiado siendo empalados mientras se retorcían. El reino de terror había infundido miedo en el Imperio Otomano. Las exitosas campañas de Vlad en el Danubio, con el asesinato de muchos turcos, habían causado la decisión de Mehmed II de invadir Valaquia con un ejército gigantes superando ampliamente las fuerzas de Vlad.
Vlad estaba forzado a retirarse mientras quemaba sus pueblos y envenenaba los pozos para frenar el avance turco, pero la vista más macabra estaba guardada para cuando el Sultán llegó a Valaquía y era bienvenido por un buen número de turcos empalados. La guerra psicológica funcionó. El Sultán sabía que había fallado y encargó a Radu que continuase la persecución contra su hermano. Radu tenía el apoyo financiero de los otomanos y consiguió que los nobles se pasarán a su lado. Radu, lentamente, consiguió la ventaja oprimiendo la moral del ejército rival.
Al final, Vlad estaba indefenso y huyó a Hungría donde el rey le acusó de traición y le encerró. Vlad nunca obtendría su venganza. Radu sufriría una muerte repentina en el trono de Valaquia, mientras Vlad intentaba manipular a sus captores hungaros para que le liberaran. Volvería a luchar por el trono, pero con la muerte de su hermano y de su familia, ya no tenía ese odio interno que le motivaba. Unos meses después fue asesinado en una batalla.
Algunos argumentan que Vlad era un monstruo inhumano que torturaba para su propio placer. La otra parte argumentaba que era un fiero defensor de su patria, usando medidas extremas para acabar con la corrupción y el desorden. De todas maneras, no se puede negar que Vlad El Empalador es más grande que el estado que dirigió y que ha dejado una marca indeleble en la historia.