Jóvenes de 20 y 30 años dominan esta ciudad bajo la inactividad de las autoridades del país. Se mueven como pez en el agua a la hora de llevar a cabo estafas de comercio electrónico y ataques de «malware» a empresas, objetivos a los que poder sacar más dinero. Y es que los «hackers» ya no solo se dedican a los ataques domésticos.
Alta profesionalización, estructuras organizativas muy sofisticadas y jerarquizadas junto con grandes recursos económicos y humanos son algunas de las claves del nuevo cibercrimen internacional. Características, en un principio, impensables en una ciudad como Râmnicu Vâlcea, donde hasta el año 1989 solo los coches Dacia circulaban por sus calles y el acceso a las telecomunicaciones era escaso.
La caída del gobierno de Nicolae Ceausescu, que fue ejecutado junto a su esposa, marcó un antes y un después en Rumanía. La única forma de combatir la pobreza fue la picaresta. Así, los niños de entonces comenzaron a estafar. Nadie se preocupaba de nada hasta que en el año 2002, el FBI se fijó en Râmnicu Vâlcea.
Los ingresos que conseguían a través de falsas ventas de coches por internet se convirtió en un auténtico negocio. Con los años, fueron depurando su técnica y en 2005, tras su mala fama, los «hackers» decidieron adaptar su actividad y centralizarla en empresas de transferencia de dinero, como Western Union o MoneyGram, en las que los «muleros» o intermediarios, también conocidos como «flechas», contratados recogían el dinero de los pagos realizados en las estafas.