Billy Miske, apodado “el rayo de St. Paul” fue uno de los mejores boxeadores de los pesos pesados en todo el mundo. El joven de tan solo 29 años cargaba a cuestas una mentira. Billy estaba enfermo desde hacía cinco años, se le diagnosticó una enfermedad que producía un trastorno degenerativo en los riñones. Le pronosticaron que le quedaban unos cuantos años de vida pero que tenía que alejarse del boxeo.
Su familia estaba en la ruina. Tenía esposa y tres hijos. Él pensaba la única forma de sacarles de esta era combatiendo aunque esto le llevara a la muerte. El deportista no hizo caso a su médico y continuó con sus combates hasta que un día de enero de 1923, en un combate sintió un agudo dolor como si su vida se terminara allí. Tras ese combate se retiró del deporte aunque jamás dijo la verdadera razón, ni siquiera a su familia, a quienes también se lo ocultó, solamente lo sabía su manager.
Tras nueve meses de reposo y dieta, Billy se sentía mucho mejor pero seguía viendo a su familia en la ruina. Fue a su manager personal y le pidió un combate. Reddy, que así se llamaba, le negó el combate a lo que el boxeador le respondió diciéndole “¿Qué más me da morir en el ring que esperar a la muere sentado en una silla?”
Billy volvió a subir al ring por última vez, ganando el combate y cobrando un premio de 2.400 dólares. Con ellos compró muebles que había tenido que vender la familia para no quedarse sin dinero, juguetes para sus hijos y un piano que su mujer deseaba. El 26 diciembre de 1923 ya no pudo más con el dolor y pidió que lo llevaran al hospital. Le confesó a su mujer lo que le ocurría de verdad. Tras 6 días, Billy falleció sintiendo que el último día de navidad había sido el más feliz de su vida y que había merecido la pena boxear por su familia.
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