Eran finales de julio y como cada año Sergio y Frank se preparaban para su ya tradicional travesía en velero. Hacia exactamente quince años que habían empezado con aquel ritual. Al principio, la travesía surgió como un mero divertimento, una forma de alejarse unos días de sus padres. Luego, se convirtió en la excusa perfecta para tomarse unos días de vacaciones, sin sus mujeres y sin los niños. Sin embargo, aquel año Ágatha hubiese preferido que no fueran. Algo dentro de su ser le decía que aquella travesía no era una buena idea. Pero, pese a la insistencia de su mujer, Frank siguió con su planes. Quizás, si Ágatha hubiese sido más explícita, Frank hubiera al menos dudado. Pero ella, temerosa de las burlas de su marido, prefirió achacar sus miedos al temor que el mar siempre suscita, en vez de explicarle lo que llevaba cerca de una semana soñando. En su sueño, Ágatha veía a lo lejos un barco extraño, un barco que la hacía estremecer de miedo. Después, sin relación aparente, veía como el barco de Sergio sufría serios problemas y naufragaba.
Llevaban dos días en alta mar. Nada era comparable a la paz que se podía sentir tumbado sobre la proa del velero. El silencio, interrumpido sólo ocasionalmente por las olas rompiendo contra el casco de la nave, lo invadía todo. Acostumbrados a los ruidos de la gran ciudad, aquella tranquilidad era realmente paradisíaca. Tras echarse una breve siesta sobre la proa de la embarcación, Frank se incorporó y girándose hacia Sergio le comentó:
- Esta vez si es por Ágatha no vengo.
- ¡No jodas! Este viajecito es sagrado.
- Eso le dije yo.
- ¿Y qué mosca le ha picado ahora?
- No sé. Decía que tenía un mal presentimiento, o algo así. La verdad es que no le hice demasiado caso.
- No te esfuerces. No hay quien entienda a las mujeres.
- ¿Hace un poquito de esquí? Preguntó Frank cambiando de tema.
- Sí. Has tenido una buena idea.
Tras dos largas horas practicando el esquí acuático y viendo que el anochecer se acercaba, Sergio decidió que ya era hora de dirigirse a tierra firme. El cabo de buena esperanza no estaba demasiado lejos así que, en un par o tres de horas podían plantarse allí.
Debía quedarles una hora de trayecto a lo sumo, cuando a lo lejos, teñido por los rojos reflejos del atardecer, vieron un viejo galeón navegando a la deriva.
- ¿Has visto eso? Preguntó Sergio
- Parece sacado de un cuento de piratas.
- Es extraño, sí.
- ¿Habías visto alguna vez un barco de esas características fuera de un museo?
- Que va. Exclamó Sergio pensativo.
Mientras, aquel extraño barco fue acercándose lentamente.
- Estaba pensando...no, no puede ser. Dijo Frank
- ¿Qué es lo que no puede ser?
- ¿Has oído hablar de la leyenda del “Holandés errante” ?
- No. No me suena de nada.
- Verás, según cuentan el “Holandés Errante” era un fabuloso galeón capitaneado por Hendrick Vanderdecken en 1680 durante un viaje de Ámsterdam a Batavia. La leyenda cuenta que la nave de Vanderdecken se encontró sin poder remediarlo con una fuerte tormenta cerca del cabo de buena esperanza; es decir, a donde nos dirigimos nosotros. Por lo visto, Vanderdeckem desafió a la tormenta y como resultado la nave se hundió y todos sus hombres murieron con él.
- ¿Y eso que tiene que ver ahora con ese barco?
- Pues por lo visto, como castigo a su arrogancia, Vanderdecken y su barco fueron condenados a navegar cerca del cabo para toda la eternidad. De hecho, los marinos de la zona cuentan que muchos han visto al barco navegando a la deriva. Dicen que el galeón se ha convertido en un fantasmagórico heraldo del infortunio; la epítome indiscutible de una embarcación maldita. Es más, muy pocos de los testigos que perjuran haberse topado con semejante barco fantasma, han sobrevivido para contarlo.
- ¿Pretendes decirme que estamos frente a un barco fantasma?..jajajajajaja.
- Sólo digo que es una leyenda local que viene que ni pintada.
De pronto, sonó el teléfono móvil de Frank.
- ¿Sí, diga?
- ¿Frank?
- Sí
- Hola cariño. ¿Va todo bien?
- Hola amor. Sí, todo bien. Estamos casi llegando al cabo de buena esperanza.
- Ya, y...¿estáis solos?...quiero decir, ¿No hay ningún otro barco ahí?
Frank frunció el ceño extrañado por aquella pregunta.
- ¿Por qué preguntas eso?, Ágatha...¿qué ocurre?
- Verás, es que soñé que había un barco antiguo que os perseguía y luego vuestro velero naufragaba y...ya sé que no tiene ningún sentido pero...
Frank miró hacia el barco que se acercaba, pero esta vez no sin un cierto temor.
- No temas cariño. Estamos bien. Eso es tan sólo un sueño sin importancia.
Tras colgar el teléfono, Frank volvió a mirar al barco y dirigiéndose a Sergio dijo:
- Esto no me gusta.
- ¿El qué?
- Ágatha a soñado con ese barco y con esta situación. Algo me dice que debemos alejarnos de él.
- Pero bueno. Esto es lo que faltaba. ¿No jodas que vas a creer en sueños premonitorios?
- Mira, ni creo, ni dejo de creer pero por prevenir... Enciende el motor y lleguemos cuanto antes a tierra firme.
- Yo paso tío. No voy a dejar que Ágatha me fastidie el atardecer.
- Bien, lo respeto pero yo, con tu permiso, te espero en tierra. Dijo Frank soltando los cabos de la lancha de salvamento.
- Como quieras. Nos vemos luego.
Pasaron cinco horas hasta que Frank dio el aviso. Las lanchas de la guardia costera recorrieron toda la zona durante varios días, pero “El Galiante” y Sergio nunca aparecieron. Tras pasar varios días acompañando a la familia de Sergio, Frank y Ágatha regresaron a casa.
- Amor. Hay una carta un tanto extraña para ti. Exclamó Ágatha mientras cerraba nuevamente el buzón.
Frank cogió extrañado aquella peculiar misiva. Era un sobre grande lacrado, parecido a los que se usan para las invitaciones de boda. Sin embargo este, además de no llevar remitente, parecía viejo, rancio, antiguo. La dirección estaba escrita a mano, con letras góticas sumamente elaboradas. Lo abrió con cuidado y extrajo de su interior un pergamino escrito con pluma.
“ Esta vez has conseguido escapar; estas en deuda conmigo. Si tu vida quieres conservar, procura no volverte a izar a la mar. Te estaré esperado.
Hasta pronto,
Hendrick Vanderdecken”
Frank no volvió a subirse a un barco en toda su vida.