Mi abuelo esta metido en algo turbio.

Llevo un rato despierto, dando vueltas por la casa. Pienso en mi padre, en su rabia y su impotencia. En mi madre, un cascarón a la deriva. Y luego, aunque no es que lo piense yo a él, en mi abuelo. Lo veo sentando sobre una silla hecha de los huesos de quien sabe quiénes. No me quiero poner dramático tampoco. Es sólo que todo esto ha estallado demasiado inesperadamente.
Me he tomado dos ginebras con hielo, mientras trasteaba con el dossier, pero ni con la intervención del alcohol he podido vencer el rechazo que se levanta en torno a esta historia, la de mi familia. Aunque la sienta ajena.
No es tanto que yo fuera un completo ignorante, ni que mi abuelo se desnude por fin como un animal imposible, si no ver a toda mi familia a la deriva y no poder entenderlo. Casi como recoger huérfanos a tus padres y allegados.
Tan mal me sentí, y por qué no decirlo, me siento, que no he podido resistir la tentación de visitar a mi tío. El primogénito. Con toda licencia lo voy a llamar Catulo, para cubrir su nombre y en honor al famoso escritor.
Presentí que, tal y como lo recordaba, fuerte y hecho a la vida, podría obtener de él, no ya orientación o claridad, sino algo parecido al consuelo.
Es a partir de los treinta que uno desiste de encontrar tal cosa en sus mayores, y esta vez tampoco me equivoqué.
Me presenté en su casa. Se asomó a la ventana del cuarto piso, pues ahora vive en un bloque y con el pelo totalmente grasiento y alocado me miró durante unos segundos, tiempo que empleó no sé si en reconocerme o en decidir el siguiente movimiento.
Sin mediar palabra se metió dentro y se abrió el automático de la puerta.
Vive solo desde que falleciera su mujer y sus tres hijas buscaran rumbo. El pollo de la cocina es un ejercito deshecho de botellas vacías de alcohol. Y en general miraras donde miraras había una copa, una lata o una botella. Tiene una biblioteca fabulosa, fruto de una vida dedicada al negocio de las librerías y me consta que es un reputado bibliógrafo y un lector voraz. O era.
Se ha sentado, no sin antes abrir una botella de vino barato y sin ofrecerme me ha señalado con la cabeza una silla vacía.
No sabía por dónde comenzar, así que he ido al grano. Estoy aquí por el abuelo Gumersindo.
De todos los sobrinos, me ha dicho, pues somos nueve en total, no esperaba que fueras tú el que tuviera que hacerse cargo de todo. Lo he mirado, conteniendo el aliento y le he preguntado que a qué se refiere con hacerse cargo.
Sí, dar la cara al pasado y comerse lo amargo del presente. Precisamente tú, pero bueno, no voy a decir que no lo tuviera planeado, él, Gumersindo.
Para no dilatarme más, le he contado todo lo relativo al dossier, a lo sucedido en mi familia y la oscura identidad y dudosos rastros del abuelo. Ha comenzado alabando a mi padre, quien durante un tiempo trató de librar la batalla para terminar señalando que es un hombre débil y actualmente un muerto en vida. Me ha enfadado mucho oír eso y le he dicho que si no tenia espejos en la casa. Se ha reído, se ha servido una copa, he empezado a apreciar que estaba colocado ya y me ha dicho, que los oráculos no tienen el deber de ser íntegros. Y que tras este encuentro el poco o nada tenia ya en la vida por hacer.
Aquello me ha cogido totalmente desarticulado, tanto que me he levantado a servirme una copa, y ha dicho: ya era hora, Orfeo toma consciencia y se dispone a ser un hombre.
Entonces continuó añadiendo que todo lo que ese dossier contenía era un bonito intento de capturar al abuelo, pero que estaba de alguna forma muy lejos de la verdad, que él no iba a añadir nada pero que no me quedara con lo leído y mucho menos pensara nada favorable sobre el abuelo. Le he dicho que mañana me reúno con él.
Es una lástima, ha dicho, que ocurra ya, pero debe ser así. No estas preparado, pero te ha tocado. De cada mil uno de cada cien ninguno, ha dicho.
Para bien o para mal, hasta ahora estabas dormido, tu vida comienza mañana, en tus manos está la decisión.
¿Qué decisión? He preguntado. Ser un hombre. Ser uno como no lo ha sido tu padre, ni tu tío xxx, ni mucho menos yo. Ya te lo digo.
¿Pero hay algo de todo lo que la familia cuenta que sea cierto? Si, por supuesto, en una u otra medida mucho de lo que cuenta pasó. Pero no es eso lo importante. No te equivoques.
No vayas ante tu abuelo como un biógrafo, ni como un detective ni siquiera vayas en representación de tu padre o de tu madre. Si vas a verlo tienes que ir a matarlo.
No podía soportar el cariz de la conversación y él ya iba despidiendo la botella de vino que había descorchado hacia nada, así que me parecía estar perdiendo el tiempo y la salud. He apurado mi copa, le he dado las gracias con sorna y me he ido.
Por un momento he mirado atrás, y me he sentido como Kevin Costner cuando es destinado por aquel oficial enajenado, que termina diciendo: el rey ha muerto, larga vida al rey. Ya sabéis como acaba.