La única lección que he sacado de mil discusiones de besugos sobre el cambio climático es que el fin nunca justifica los medios. Los escépticos de la ciencia climática no abundan porque todo el que se suba al carro reciba sobornos millonarios de las petroleras. Abundan porque en ese campo se han politizado los criterios de publicación, se han ocultado al público los datos en bruto y se han sacado de proporción las conclusiones a una escala incomparable con ninguna otra disciplina científica. Todo con la mejor de las intenciones, claro.
Y en vez de comprometerse a adoptar una mayor transparencia y tomar nota del hecho de que casi ninguno de sus modelos de hace 15 o 20 años han atinado en sus predicciones para 2015, ellos siguen en sus trece, sacando pecho e insistiendo en que no unirse a su bando automáticamente y sin rechistar es de paletos. Señalando al consenso científico como si importara. El método científico no necesita consensos ni autoridades, capullos. Nullius in verba.
La madera apareció en el registro fósil hace 350 millones de años, y los hongos capaces de descomponer la madera, hace 300. Entretanto pasaron 50 millones de años, el período carbonífero, durante el cual los árboles que se morían no se pudrían, sino que se acumulaban formando depósitos de biomasa que con el tiempo, el calor y la presión se convirtieron en combustibles fósiles.
La participación del CO2 en el efecto invernadero se puede replicar en un laboratorio. Hemos devuelto a la atmósfera una parte importante de los 50 millones de años de carbono acumulado que teníamos bajo tierra en forma de vegetación muerta. Llegados aquí cualquiera puede sumar dos más dos.
¿Costaba tanto explicárselo a la gente así, sin exageraciones, mentiras ni aspavientos?