Este relato se basa en hechos reales. Me lo ha contado un amigo y me ha permitido su publicación tras distorsionarlo en alguna medida. Sucedió este año. No quiero especulaciones, así que confirmo que no se trata de un sucedido mío, ni del turco o el chino.
Todo comenzó en un camping, uno de esos lugares en los que los pobres nos hospedamos cuando vamos de vacaciones y los hoteles son demasiado caros para nosotros a pesar de que lo intentamos camuflar con aquello de que es mejor estar en contacto con la naturaleza y demás blá blá blá. Mi amigo estaba allí con su familia. Algo grande de los campings es que los baños siempre están en el quinto coño y unas cuantas veces al día te haces el paseíllo por esas calles abarrotadas en las que todo el mundo se empeña en saludarte aunque no te conozcan. Mi experiencia en esos lugares es basta. Durante diez años mis padres me llevaron a pasar los fines de semana al camping de Tauro así que sé de que se habla. En Guantánamo II los retretes estaban en la parte de arriba de la edificación, con vistas a las montañas. En Guantánamo I eran más miserables y compartían sala con las duchas.
Volviendo a la historia, estamos en un camping y a mi amigo (al que a partir de este momento llamaré el señor equis) le entra un apretón. Esto sucede hasta en las mejores familias u ¿os creéis que las infantas no plantan el culo en un retrete para jiñar? El colega cogió su rollo de papel higiénico y echó a andar hacia las instalaciones sanitarias, situadas a unos doscientos metros de donde se encontraban. Es el paseillo de la humillación. Yo solía llevar el papel doblado y cortado para evitar los chascarrillos de los que te ven avanzar en silencio, cabizbajo hacia tu destino final. El señor equis no tenía nada que ocultar y seguía resuelto hacia su objetivo. Al llegar eligió el más limpio de los retretes, algo que cualquiera con medio dedo de frente haría porque a veces los hay que dan pena. Se metió en el recinto, echó el fechillo y comenzó a colocar el papel alrededor del asiento. Esta es la forma más habitual para defecar en retretes públicos. Existen al menos dos alternativas que se sepan: el vuelo del águila y el salto de la rana. En el vuelo del águila, el susodicho mantiene la inclinación mediante el control de sus músculos y no llega a tocar la silla. Este esfuerzo gimnástico es el preferido por algunas mujeres al mear. Para tareas más complejas resulta demasiado esforzado. El otro estilo, el salto de la rana, implica subirse a la silla y acuclillarse como si fuéramos una rana dispuesta a saltar al monte. Este estilo es más cómodo y sólo tiene el inconveniente de que al aumentar la distancia de caída, se incrementa de manera alarmante el riesgo por salpicadura. Yo siempre he sido fans del salto de la rana.
Como ya he dicho el señor equis eligió el método tradicional y forró de papel el retrete. Se sentó (no sin antes bajarse pantalones y gallumbos), respiró hondo y se puso a obrar, eso que los eruditos definen como cagar y que aquí siempre mentamos usando el término jiñar. Todos sabemos como se hace y todos lo practicamos con mayor o menor asiduidad. Cualquier jiñada que se precie consta de pujos y alegrías. Los pujos son los esfuerzos que hacemos con músculos que de otra manera no se usan para expeler las substancias de desecho de nuestro interior y devolverles la libertad que perdieron al entrar por el hocico. Las alegrías son esos pequeños gestos de felicidad que se nos ponen en la cara cada vez que un pujo llega a buen término. En este caso nada fue bien. Se torció el sistema. Mi amigo comenzó a pujar: uuuuuuuhhhhhh, uuuuuuhhhhhh, uuuuuuhhhh, pero no salía la substancia. No hay nada más frustrante que esto. Unas gotas de sudor frío perlaron su frente. Llegamos a la segunda ronda. Agitó la barriguilla brevemente para aflojar la carga y ayudarla a bajar, algo que todos hemos hecho en alguna ocasión. Volvió a concentrarse, cerró los ojos y pujó con más fuerza. Tras veinte segundos se dió por vencido. Nada. Aquello no quería salir. Se quedó agotado del esfuerzo y tuvo que dejar pasar unos minutos para recuperarse. Lo más importante es controlar la respiración, recuperar la calma del espíritu para que nuestras chacras vuelvan a responder. Tras una nueva pausa, se agarró a las paredes del retrete, cargó los pulmones con una ingente cantidad de aire y empujó como nunca antes lo había hecho. El sudor corría por su cara libremente, sus ojos se achinaron con la fuerza, sus uñas se clavaban en los azulejos blancos y un sonido gutural salía de su boca. Mantuvo la presión tanto como pudo y algo comenzó a moverse en el interior.
Cuando terminó esta nueva fase notaba que ya estaba más cerca del éxito en su empresa. Algo enorme pugnaba por salir. Algo macerado durante las últimas veinticuatro horas y compuesto de los residuos de toda la comida que había sido consumida. Aún no estaba fuera pero íbamos por buen camino. Las manos del señor equis temblaban por el esfuerzo realizado. Recuperó la calma y volvió al trabajo. Posición de batalla, brazos en cruz, aire en los pulmones y a empujar. Esta vez hubo un corrimiento de carga y tras unos instantes que parecieron siglos algo comenzó a ver la luz, el final del tunel y la proximidad del agua. Tras acabar esta nueva intentonael señor equis se dio cuenta del problema. Sucede muy de cuando en cuando a algunas personas que se les forma un tapón de mierda en el culo. Este tapón adquiere proporciones dantescas y es de muy difícil evacuación, requiriendo en ocasiones de asistencia médica. El señor equis no podía verse su propio ojete, pero sabía que tenía uno de esos tapones. Se sentía frustrado y amargado. Continuó con la lucha en contra del tapón durante cerca de dos horas. Había momentos en los que creía que triunfaría y momentos en los que se tragaba las lágrimas por la rabia. Pasado este tiempo decidió tirar la toalla, volver a su caseta, buscar algo con lo que hacer palanca y sacar el engendro infernal que llevaba dentro.
El problema es que una parte del mismo estaba fuera y los músculos de esa zona no eran capaces de cortar aquello. Se tuvo que arremangar los pantalones y salir doblado del baño, tratando de minimizar el contacto de lo uno con lo otro. De esta guisa comenzó a volver hacia su caseta. Daba pasos cortos, doblado hacia adelante. Cada paso le acercaba un poquito más hacia el objetivo. La gente trataba de saludarlo pero él no respondía. Todos lo seguían con curiosidad, preguntándose la razón de sus problemas. Un hombre entero había cruzado el terreno camino de los aseos y un hombre acabado volvía de los mismos. Cuando ya estaba cerca de su objetivo notó algo extraño. Por culpa del movimiento se había desplazado la carga y la evacuación parecía inminente. Tuvo que dar media vuelta, aligerar el corto paso y tratar de llegar a los baños antes de que terminara de cagarse encima. Comenzó a sudar de nuevo. Se inclinó aún más y rezaba todo lo que sabía mientras caminaba ciego. Toda la gente salió de sus casetas y caravanas y se pusieron en los lados del camino. Ninguno decía nada pero todos miraban con el morbo y la satisfacción que da el saber que son problemas ajenos.
Cada paso lo llevaba más cerca, cada uno de ellos era una batalla ganada. Por momentos creyó que no lo lograría y que terminaría cagándose allí mismo. A veces se paraba una fracción de segundo para tomar aire pero seguía moviéndose rápidamente porque cada pausa provocaba el desplazamiento de la substancia. Tras una o varias eternidades llegó al baño, cerró la puerta, plantó el culo sobre el asiento sin preocuparse lo más mínimo por el papel y tras cerrar los ojos y soltar músculos largó la Gran Cagada. Fue una de esas que se recuerdan toda la vida. Cuando terminó se quedó vacío y a gusto, tan a gustito que de haber sido fumador se habría encendido un pitillo. Se fue a las duchas para limpiarse. Lo necesitaba.