El pasado martes 30 Microsoft transformó un país entero para crear la experiencia Halo y un servidor estuvo allí para vivirla.
La jornada comenzó con un temprano vuelo desde Barcelona hasta Zurich. Mientras esperábamos llenándonos el buche a que llegaran los invitados del resto de España y de otros 16 países europeos, recibimos las primeras instrucciones y la localización de la misión: Liechtenstein.
Ya por la tarde, bajo un frío polar y a punto de hacerse de noche, pusimos rumbo a nuestro destino en dos autobuses dirigidos por comandantes de la UNSC y en los que pudimos ver por primera vez Forward Unto Dawn al completo.
Una vez en el pequeño país alpino, nos montaron en varios transportes militares con los de la UNSC aterrorizándonos al más puro estilo de La Chaqueta Metálica y nos soltaban en un campamento militar lleno de niebla y bidones ardiendo. Tras pasar por una tienda de campaña y recoger un petate con chubasquero, guantes, pintura de guerra y una linterna, nos explicaron la misión y nos dividieron en tres unidades.
Mientras otros se iban a una mina y a una excavación a recuperar unos glifos imprescindibles para la misión, a mí me tocó en el grupo alfa con la tarea de reconocer el terreno. En medio de un valle lúgubre, tuvimos que andar con la poca luz de nuestras linternas mientras íbamos viendo cadáveres a los lados del camino y recogíamos a soldados heridos en combate que iban apareciendo a nuestro alrededor.
Lo increíble de esta misión era estar en medio de las montañas y oír a lo lejos ruidos de guerra y maquinaria pesada. No sé cómo estaba hecho, pero realmente daba la sensación de estar rodeados de hostiles y de que en cualquier momento podían saltarnos encima. Mención especial a los pobres lugareños, que mientras pasábamos por los pueblos se preguntaban atónitos quién los estaba invadiendo.
De vuelta con el grupo a la mina de Balzers, nos reunimos con los científicos que investigaban cómo acabar con el enemigo. Empezaron a verse explosiones a nuestro alrededor y nos dijeron que nos separábamos porque venían los malos, pero lo que salió de la mina en medio de explosiones y una humareda fue el Jefe Maestro para salvar al planeta.
El último tramo consistía en llevar los glifos a un castillo para acabar con una luz que todavía no sé muy bien qué hacía, pero que por lo visto era la clave para la victoria. El castillo era nada menos que el de Gutenberg, uno de los monumentos más emblemáticos del país, que había sido transformado para la ocasión.
Derrotado el adversario, y entre gritos de alegria, cayeron las paredes de la habitación para hacer paso a unos 30 puestos con Halo 4, comida y bebida ilimitada con la que pasar el tremendo frío que hacía a altas horas de la noche.
No es que no estemos acostumbrados a las maniobras de marketing de las empresas de videojuegos, pero lo que vivimos en Liechtenstein fue algo nunca visto: ambientación increíble, actores metidísimos en el papel y un contexto único para presentar la gran apuesta de Microsoft para estas navidades.