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Sergio Vilar: La decada prodigiosa (1976-1986)
La quiebra del consenso
Capítulo IV
Otoño de 1980: El PSOE y la conspiración militar
* (Del libro «La década sorprendente 1976-1986», de Sergio Vilar).
(...) El conjunto de fenómenos y actitudes entonces más perjudiciales para el porvenir de la democracia española no fueron los procesos autodestructivos de la UCD, sino el talante, las propuestas y los procedimientos antidemocráticos de diversos dirigentes de partidos democráticos. En pocas palabras: desde el verano de 1980 se pusieron en marcha varias conspiraciones civiles que buscaron conseguir el apoyo de unos y otros generales con el fin de desplazar más o menos armónicamente al gobierno legalmente constituido de la UCD y para poner en su lugar a un equipo «consensuado» entre unos u otros grupos de civiles y unos u otros grupos de militares.
En esas inducciones para desencadenar un tipo u otro de golpe de Estado, blando o duro, incurrieron no sólo significados personajes de la dercha, sino también algunos de los más destacados representantes de la izquierda socialista y comunista.
Todo ello quería llevarse a cabo, al menos por parte de los socialistas, guardando algunas formas constitucionales; es decir, derribando al gobierno de UCD mediante un voto de censura, para formar a continuación un «gobierno fuerte» presidido por un general, o lo que Carrillo decía: «un gobierno de concentración».
Todo ello, que hasta hoy no se ha analizado suficientemente, constituyó la serie de hechos más gravemente sorprendentes de la construcción del sistema democrático: los propios jefes de partidos demócratas (no todos, pero sí algunos muy significados que cito a continuación) tuvieron conductas fundamentalmente antidemocráticas, pro-golpistas, intolerablemente irrespetuosas respecto a la soberanía popular.
La primera denuncia pública que Suárez hizo de esos proyectosen su viaje a Lima el mes de julio de 1980: la pronunció ante los periodistas que le acompañaban "[b]Conozco la iniciativa del PSOE de querer colocar en la presidencia del gobierno a un militar. ¡¡Es descabellado!![/b]".
Otra enorme sorpresa. Suárez, alto funcionario y ministro durante el franquismo institucionalizado, se dedicaba a construir *ya he criticado alguno de sus errores en esta tarea* y defender el poder civil, el poder político dimanante de las voluntades populares expresadas libremente, mientras que unos cuantos[b] jefes del PSOE y del PCE[/b], que hasta entonces habían sostenido una larga trayectoria democrática, [b]se lanzaban suicidamente en los laberintos de una conspiración con intervención de elementos militares[/b]: mayor irresponsabilidad no puede darse en unos políticos demócratas y formalmente de izquierdas.
En los meses siguientes se hicieron diversas declaraciones más o menos alusivas a esos planes. Joan Raventós, primer secretario del [b]PSC-PSOE[/b] (Partit dels Socialistes de Catalunya-PSOE) [b]confesó sus deseos de acabar con el gobierno de Suárez[/b] de la manera que fuese y «aunque el gobierno que vaya a sustituirle sea más de derechas». Ramón Tamames, entonces uno de los máximos jerarcas del [b]PCE[/b], fue más explícito [b]al pedir que un militar presidiera el futuro gobierno[/b].
El 22 de octubre de 1980, en Lérida, tuvo lugar el famoso almuerzo-entrevista del general [b]Alfonso Armada [/b](supuestamente el «elefante blanco», el famoso militar a quien Tejero esperaba en el Congreso para hacerse cargo de la presidencia del gobierno) [b]con Enrique Múgica y Joan Raventós en casa del alcalde *socialista* de esa ciudad, Antonio Ciurana[/b]. Unos y otros miembros del PSOE (sobre todo Múgica) redactaron [b]informes de esta entrevista para entregárselos a Felipe González[/b]. No se ha aclarado todavía con detalle el contenido de tales informes. Al parecer, se estudió la posibilidad de la formación de un gobierno de coalición al margen, se deduce por lo que se cuenta hasta aquí, de cualquier consulta previa a los ciudadanos.
Esta conspiración (o, lo que viene a ser lo mismo, negociaciones al margen de las reglas democráticas) no era la única que en otoño de 1980 se propagaba como un tumor maligno para las libertades públicas. La derecha democrática y, por supuesto, la ultraderecha, también estaban bastante lanzadas en proyectos análogos, aunque persiguiendo fines relativamente distintos: de estos complots trataré después.
[b] La conspiración socialista con militares siguió adelante y era cuasi-pública[/b], o al menos habían contactado a tantos otros políticos de otros partidos que para bastantes no ofrecía dudas en cuanto a su intencionalidad. Ello lo revela una conversación que el dirigente democristiano Fernando Álvarez de Miranda mantuvo en diciembre de 1980 con Adolfo Suárez: «Le reiteré, finalmente, que en mi opinión la situación estaba muy mal; que se habían encendido hacía tiempo las señales de alerta para la democracia y que, no teniendo la mayoría absoluta en el Parlamento, debía buscarse la coalición con el partido de la oposición. Me miró con tristeza diciendo: «Sí, ya sé que todos quieren mi cabeza y ése es el mensaje que mandan hasta los socialistas: un gobierno de coalición presidido por un militar: el general Armada. No aceptaré ese tipo de presiones, aunque tenga que salir de la Moncloa en un ataúd». Mi cara *sigue diciendo Álvarez de Miranda* reflejó de tal manera la sorpresa que no tuve que insistir en que no era ésa mi propuesta».
Mass de un año después de imprimir las anteriores líneas, nadie ha desmentido su contenido; como tampoco se han negado estas otras que firma el periodista Antxon Sarasqueta: «El nacionalista vasco Marcos Vizcaya me llegaría a confesar meses después que, veinte días antes del 23-F, [b]Alfonso Guerra le llamó por teléfono para interrogarle sobre la disposición de su partido a participar en un gabinete de concentración presidido por un militar[/b]».
Estas consultas de Guerra, así como algunos comentarios que Felipe González hizo en público y que cito después, [b]prueban que la participación en la conspiración militar era una actividad que se desarrollaba desde las máximas alturas del PSOE[/b] y por tanto desresponsabiliza en parte el papel que en ello jugaron otros socialistas como Múgica, Raventós o Ciurana.
El diputado comunista Jordi Solé Tura también tuvo relaciones con el general Armada, y al parecer en el gobierno que éste «había de» formar, el representante del PCE-PSUC iba a asumir la cartera del Ministerio de Trabajo. Otro irresponsable al que le pirran los cargos, como en 1985 vuelve a demostrar al aproximarse al PSOE, mientras su antiguo partido languidece a causa de las divisiones y de la pérdida de militantes y electores.