La compañía telefónica que opere tu roaming siempre estará más atenta de las fronteras que cruces que tú mismo. Mi avión acababa de aterrizar en el aeropuerto de Copenhague y, antes de recoger mi maleta, ya tenía un saludo en danés en la pantalla del teléfono.
El aeropuerto de Copenhague (København en danés) tiene forma de U mayúscula:
-En la primera línea vertical aterrizan los aviones.
-En la segunda línea vertical despegan.
-En la línea horizontal, la de abajo, están todas las tiendas libres de impuestos. Y es obligatorio pasar por este sitio (Que por cierto, parece eterno).
Según el muchacho de Atención al Cliente, mis maletas estaban ahora mismo en el aeropuerto de Turku (Åbo - antigua capital de Finlandia) y sería probable que tardasen de 24 a 48 horas en regresar, ya que por causas agenas a la compañía aérea, al hacer transbordo allí, se extraviaron.
Pero no hay problema: -están localizadas- dice, pronunciando la 'w' inglesa como una 'b'.
El único problema es que tengas que tomar otro avión en menos de 24 horas, en cuyo caso tus maletas irán detrás de tí, con un día de diferencia, de país en país. Por suerte pude pedir que me las enviasen a casa.
Una vez fuera del aeropuerto, con un cerco de sudor en la espalda y un mapa en las manos, en el asiento trasero de un taxi, me pongo a buscar la calle Rømersgade, junto al parque Ørsteds, lugar al que me dirijo. En realidad, según el mapa, habríamos tardado muchísimo menos atravesando por el puente Frederiksborggade, pero el taxista, con su jerga incomprensible insistió en que la zona norte habría mucho menos tráfico. En fin, era su modo personal de robarme todas las coronas que me podían quedar en el bolsillo.
Tal vez por aburrimiento, o simplemente por sacar un tema de conversación le pregunté:
-¿Es cierto que hay más gente en la cárcel por intentar pintar y destruir la estatua de la Sirenita que por robar a turistas?- Lo cierto es que hubiésemos tardado varias horas más en taxi si estuviéramos en Estocolmo. Quien comenzase a levantar una ciudad allí, debió hacerlo bajo los efectos de algún ácido potente.
El taxista me mira, rechista y dice:
-El dinero que le robamos a los turistas va destinado precisamente a restaurar la estatua.-
Y yo le contesto:
-¿No sería mejor construir una muralla?, en veinte años, con el cambio climático y los casquetes polares derretidos, esa estatua estará a varios metros por debajo del nivel del mar y...-
-Ya- Dice. -Como todas las urbanizaciones en primera linea de playa del Mediterraneo, como Bélgica y Holanda.-
-No, mira- le contesto.-A mi eso me da igual, esas urbanizaciones en la playa están llenas de daneses y alemanes... a Madrid no llegará la subida del mar...-
Mágicamente, el taxi se detuvo, y el tipo que lo conducía me invitó a bajar. Y justo después, aceleró cagando hostias dejándome, a solas con lo puesto, en la calle Gothersgade. Supe que era esa calle cuando caminé hasta el final y vi la placa. Lo cierto es que todo hubiese sido mucho más agradable si no diese la casualidad de que era una tarde realmente lluviosa y, lo único con lo que podía cubrirme (mi mapa), se había quedado en el asiento trasero de un malholiente taxi danés.
Allí, en uno de los extremos del puente que cruza el lago de Ørsteds Parken, sentado en uno de los bancos metálicos, se encontraba Koniec (su apodo de la infancia), con una revista doblada entre las manos y un gesto de nerviosismo bastante obvio. En realidad, todo esto me lo contó más adelante, cuando ya llevábamos dos tercios de cerveza irlandesa en el cuerpo.
Al pasar a su lado me preguntó la hora en polaco. No entendí ni una palabra. Después me la preguntó en alemán. Luego en inglés.
-Son las 17:15- Le contesté.
-Me quedan cuatro horas y cuarenta y cinco minutos para tomar el siguiente vuelo en dirección a Varsovia-.
Koniec, según me comentó, era azafato de vuelos de SAS. Pero antes de eso, estuvo trabajando en un kiosko de prensa de la capital polaca. Vivía en un ático cerca del Vístula con las paredes forradas de pósters con galaxias y constelaciones. Algunas de las vecinas de los edificios contiguos lo había denunciado por supuesto acoso y/o espionaje.
Lo cierto es que Koniec era un apasionado de la astronomía. Si tenía un telescopio en el balcón no era para observar a su vecina cincuentona alimentando a sus gatos con la faja a medio quitar.
Según me dijo, ya bastante alcoholizado en el bar cercano al parque de Ørsted, su vida cambió una noche de otoño, un fin de semana en una cabaña cerca de la frontera con Bielorrusia. Allí vió algo.
Ni qué decir tiene que yo también iba algo contento. Y le seguí la broma. Total, mi avión hacia Madrid saldría en cinco horas y no tenía nada mejor que hacer.
Koniec decidió coger este puesto de trabajo para algo más que sobarle el culo a las azafatas. Según dijo, para estar más cerca del cielo. Para ver mejor lo que no podía ver desde su ático.
Miré a mi al rededor, tal vez en busca de alguien que me devolviese la mirada con un gesto del tipo "sé que estás en una situación extraña, pero no te preocupes, no nos reimos de tí". Aunque al final fuí yo quien terminó con una risa tonta.
Para intentar calmar la situación le dije:
-Yo también trabajo de azafato de vuelos, pero para Braathens. Lo cierto es que también he visto cosas... pero en realidad, las luces que se acercan a las alas del avión no son más que Fuego de San Telmo. Créeme.-
-No- me dijo.-Tienen un nombre específico. Esas bolas de luz se llaman Foo Fighters... en realidad...-
Antes de que pudiese terminar la frase, miró a su al rededor y empujándose con el pié en el rodapié de la barra del bar, salió corriendo, tirando a su paso dos sillas y, antes de conseguir escapar del bar me gritó:
-¡Cabrón!- Dejándose la pequeña mochila verde colgada del taburete del bar.
Al cruzar la calle Nørre Farimagsgade, en dirección al parque de Ørsted, fue atropellado por una camioneta de reparto que se dió a la fuga.
Terminé la cerveza y llamé a un taxi para volver al aeropuerto.
Koniec.
[Me gustaría leer críticas sobre el relato de mi último viaje, a ser posible CONSTRUCTIVAS. Espero que os haya gustado.]
Un Saludo