Noticia uno:
Hace unos años, antes de que llegara la maldita crisis, ser mileuristas era la condena a la que estaban sometidos millones de jóvenes, magníficamente preparados, pero que tenían serias dificultades para encontrar trabajos dignos con salarios adecuados a sus niveles de cualificación.
Quince años, dos crisis y una pandemia después, el mileurismo se ha convertido en la tierra prometida para muchos jóvenes que con igual o mejor cualificación que aquellos, ven limitadas sus expectativas laborales a la precariedad del mercado actual que ni siquiera contempla la migración como válvula de escape.
Son la generación condenada a vivir peor que sus padres, la generación del no-progreso, la que se encontrará con los grandes problemas del desarrollo del Estado del bienestar que no hemos sabido enfrentar sino desde lecturas simplistas del relato neoliberal que ha imperado en la globalización.
El relato, también la economía convive en el relato, un relato producido casi siempre por los mismos, que condena a la asunción y a la resignación de que estamos destinados a vivir peor, a no tener pensiones, a tener salarios bajos, a que los ricos salden sus impuestos a través de sociedades, etcétera. Como siga, van a pensar que soy una revolucionaria, y nada más lejos, pero no por eso dejo de ver las miserias del relato económico dominante; un relato que ha antepuesto la idea de mérito y competición como criterios de discriminación y jerarquización laboral, como si estas ideas fueran neutras, postergando la diferencia de lo que cada uno aporta y la colaboración como modelo de construcción sociolaboral.
Los sueldos de los jóvenes actuales son el 50 % más bajos que en la década de los 80, ha señalado el informe de Fedea y de la Fundación Iseak. Todo apunta a una oleada migratoria de nuestros jóvenes tan pronto se levanten las fronteras, y sin embargo, no parece que nadie esté apostando a grandes líneas estructurales para movilización del empleo y el emprendimiento juvenil. Es más fácil, y por eso comprensible, canalizar programas y fondos a través de los grandes sectores, como el automóvil o el turismo, que orientar fondos hacia el micro emprendimiento innovador, que ofrece menos garantías; pero ahí está realmente el futuro en el que se tienen que poner de acuerdo las administraciones.
Si el Estado del bienestar quiere defenderse de la condena neoliberal, que persigue larvadamente su destrucción, tiene que luchar creando un nuevo framing que abjure de los dogmas neoliberales: la sanidad pública no solo no es cara sino que además, es mejor; las pensiones no se van a agotar, es mentira; los jóvenes pueden tener buenos empleos en Galicia, si dedicamos recursos a crearlos; es una cuestión de elección política, de decidir en qué invertimos los recursos de este país.
Cuando se subió el salario mínimo, España iba a colapsar, y no pasó nada. Joe Biden ha desmontado de un plumazo toda la arquitectura de Trump, y está tomando decisiones a las que no se atrevieron ni Clinton ni Obama, y no pasa nada. La decisión es política, solo política; porque si la política no se impone a la economía, la economía se impondrá a la gente; y entonces sí, será la economía, idiota.
Periódicamente, y cada vez con información más preocupante, conocemos los resultados de estudios sobre la realidad del mercado laboral de nuestros jóvenes. En concreto, la fundación Fedea acaba de poner blanco sobre negro en su situación salarial, estimando que los jóvenes de hoy cobran la mitad que hace 40 años. Aunque esa conclusión debe ser aclarada, al ser el resultado de la cantidad de días y horas trabajadas y no de la remuneración por unidad de trabajo, pone en evidencia los graves problemas que presenta nuestro mercado laboral y nuestro sistema educativo y, con ellos, los retos que tenemos desde el punto de vista económico y social.
A la tasa de paro que alcanza al 40 % de los jóvenes se une un constante deterioro de sus condiciones de trabajo que, en muchos casos, se cronifica en el tiempo dando lugar a lo que ya se conoce como efecto cicatriz: la precarización como marca laboral que acompaña a los jóvenes en una espiral de difícil salida en la que quedan entrampados durante años. Además, esta realidad se agrava en los períodos de recesión económica, sin recuperación, hasta ahora, de las condiciones previas en las fases de expansión.
Si a esta situación añadimos que los jóvenes de hoy, paradójicamente, en su conjunto, están mejor preparados que nunca en nuestra historia, está claro que algo falla. Y ese fallo tiene importantes consecuencias económicas y sociales. Por un lado, y dejando al margen la eficiencia de los recursos empleados en su formación, estamos desperdiciando el elemento básico de cualquier sistema económico: el capital humano. Por otro, esta situación frustra expectativas, ralentiza proyectos vitales que, más allá de lo personal, también tienen su manifestación en aspectos tan importantes para la economía como la baja natalidad, la vivienda o, y desde una perspectiva egoísta, la sostenibilidad del sistema de pensiones.
Obviamente no existe una solución mágica para acabar con esta situación. La realidad es compleja y tozuda y la solución no es directa. Se trata de un problema en el que influyen muchos factores: educativos, laborales, económicos, culturales, sociales, etcétera. Por lo que abordar el problema desde una única perspectiva no dejará de ser un parche, sin avances hacia la necesaria solución final. En todo caso, siendo conscientes del problema, por algún lado tenemos que empezar a poner en común principios fácilmente asumibles y aplicables.
Y en este sentido, la educación debe ser el punto de partida. Empezando por la orientación, que ponga en relación las vocaciones con las nuevas necesidades, además en constante evolución, del mercado laboral. Continuando con la formación, no solo en contenidos técnicos, muy necesarios en todo caso, sino también en habilidades que multipliquen su potencial. Y terminando por la ambición, sí, en su justa medida es siempre necesaria, y máxime si queremos que nuestra juventud salga de la espiral perversa antes referida. Pero la ambición es un tema cultural, y quizás una sociedad que no hace un mayor esfuerzo en ayudar a aquella parte de la misma que constituye su futuro no sea el mejor ejemplo.
Noticia 2:
El impacto de las crisis económicas en los últimos treinta años ha provocado que comenzar la vida profesional sea todavía más complicado. Aquellos que tienen la "suerte" de encontrar un hueco no empiezan con las mejores condiciones. Los sueldos son ahora hasta un 50% más bajos que en 1980, hace 40 años.
El mercado laboral español lidera las peores calificaciones en la Unión Europea y las condiciones laborales de los jóvenes son peores cada vez peores a causa de los problemas estructurales. Así lo indican los análisis realizados por La Fundación de Estudios de Economía Aplicadas (Fedea) y la fundación Iseak.
Los jóvenes con edades comprendidas entre los 30 y 34 años tienen salarios con una caída del 26% respecto a 1980, y los que tiene entre 18 y 20 años se reduce a la mitad.
Periodos de hasta 15 años de precariedad
Los jóvenes están condenados a salir a un mercado laboral en retroceso, lleno de trabajos inestables. Esto ha provocado el llamado 'efecto cicatriz', en el que la precarización puede durar hasta 15 años. Además, la tasa de paro entre los jóvenes llega ya hasta el 40%.
Fedea explica que esta situación deriva hacia un "deterioro tendencial". Los expertos sostienen que aquellos que empiezan con un mal empleo en España, tienen por delante una etapa de precariedad de, al menos, cinco años y casi un tercio más de probabilidades de persistir en esas condiciones a medio plazo.
Por ejemplo, los que se acaban de graduar en la universidad, una subida del 1% en la tasa de paro en el comienzo de la vida laboral está relacionada con una caída de la renta salarial mensual de 1,5 puntos porcentuales dos años después.
Contratos inestables
En cuanto a los contratos de los jóvenes sobre los días de trabajo equivalentes a tiempo completo, entre 1980 y 2019 se han reducido entre el 22% y el 73%.
En la década de los 80, los empleados entre 18 y 20 años superaban los 250 días al año, mientras que actualmente no llegan a los 50 días. Los de 21 y 24 pasan de 270 días a 150; los de entre 25 y 29 bajan de 320 a 250; y los de entre 30 y 34 han pasado de trabajar durante 330 días a 250.
¿Hacia dónde nos dirigimos?
La crisis sanitaria provocada por el coronavirus no ayuda a una mejora de estos datos. 700.000 personas se encuentran en ERTE y, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), el paro tardará seis años en bajar al nivel de antes de la pandemia. Sin embargo, hay que añadir que el estudio elaborado por ambas fundaciones no ha tenido en cuenta esta crisis, por lo que las cifras pueden empeorar.
Las condiciones previas a la pandemia eran peores que las de la Gran recesión de 2008, provocada por el estallido de la burbuja inmobiliaria. Asimismo, estas eran peores que en la década de los 90, con la crisis de la peseta.
Como solución, el Gobierno ha lanzado políticas activas de empleo. No obstante, desde Iseak opinan que no son suficientes y que se necesita algo más que leyes: "Sería oportuno pensar en maneras de evitar que las decisiones tomadas al principio de la vida profesional tengan consecuencias a largo plazo, facilitando a los trabajadores oportunidades de actualizar su formación".
En cambio, el Gobierno mira con optimismo las nuevas previsiones, aunque el Banco de España, el FMI y la OCDE consideran que el crecimiento en 2022 será todavía bajo y tampoco creen que el paro vaya a reducirse.
Aunque si vemos que el salario medio, mínimo y mediano ha subido, imagino que o bien lo han ajustado a la inflación, o han hecho el informe teniendo en cuenta el desempleo (total y juvenil), ya que es algo que nombran varias veces.
También hay que tener en que cuenta el aumento del coste de vida respecto a los 80. Baja el salario y encima sube (y no poco) el coste de vida.