Buenas tardes, habitantes de esta polifacética comunidad que denominamos Media-Vida.
En mis largos paseos por internet en busca de la realidad, esa realidad esquiva, cruda y libre de manipulación, he ido a parar a una de las pocas páginas que defienden ese ideal que se nos asemeja de tiempos pretéritos, la República Española. En ella he encontrado este fascinante artículo del intelectual y escritor Eduardo Haro Tecglen que hoy comparto con vosotros. En el se expone su visión del ideal republicano. Os dejo con él.
A 60 años del final de la República
El pasado es el extranjero, decía el novelista Hartley ("The go between"), para otras personas, para algunos supervivientes, el extranjero es el presente. Vivimos (esas personas) en un país extraño. Decía él que allí, en aquel país lejano que era el pasado, las gentes hacían cosas muy diferentes, hablaban de manera distinta. Los de la II República sabemos que las gentes extrañas son las actuales, y su rara palabrería necesita siempre una traducción a términos normales : los del pasado. Otra manera de ser y de pensar. Es aquí donde se hacen las cosas distintas de como se hacían, decían, pensaban y acostumbraban allí, en aquel país que existió. Es decir, estamos fuera de lo normal.
Esta extrañeza no es absurda para quienes se educaron bajo otra bandera y otro himno, y la historia que se contaba con una narración diferente, y la geografía ; y la cultura tenía los nombres de otras personas. Cuando el 14 de septiembre de este año de 1999, en el Parlamento, el gobierno y su partido votaron en contra de una moción socialista que condenaba el golpe de estado del 18 de julio de 1936, estaban recordándonos que este país no es aquel y que esta democracia no es aquella, y que todo es y será siempre otra cosa. Los que ganaron aquella guerra que terminó con la República no la han perdido nunca. Destruyeron aquel país.
Tenemos, los cuatro supervivientes, una situación psicológica que consiste en percibir la vida como una impostura.
Cuando cayó la República, y eso sí ocurrió de una manera violenta y repentina, se estableció automáticamente el término de comparación con "antes de la guerra" : las cosas habían dejado de ser lo que eran. No se trata de la mera cuestión política, o del salto de la libertad a la tiranía, sino de los objetos, los alimentos, las formas. Cambios rudos independientes de la voluntad de los vencedores : el país empobrecido no podía mantener la calidad anterior, y el encabalgamiento de la guerra mundial y de la adscripción del nuevo Estado a la zona del mundo nazi, que hacía un esfuerzo sobrehumano para soportar sus gastos de guerra, inauguró el tiempo de lo que los mismos alemanes llamaban "ersazt", o "doublé" o replicado, copiado, en el castellano afrancesado de la época, que el de la Academia se dice "similor", parecido al oro : falso, fingido, que aparente mejor calidad de la que tiene.
En cualquier novela sincera de la posguerra se encuentran los datos de ese cambio, de esa diferencia con lo de "antes de la guerra". De esta forma, las ilusiones o esperanzas que se sostenían durante el combate, en la frase "cuando acabe la guerra", se sustituyeron por el desencanto y la nostalgia de cómo era todo "antes de la guerra". Creo que convendría anotar aquí que la España de antes de la guerra no era un paraíso en esas materias del consumo, pero sí que se estaba idealizando por contraste con una vida que aparecía como desastrosa y con pocas posibilidades de cambiar.
Para una persona que, como yo, era niño cuando se proclamó la República con sus primeras escuelas y su primer instituto, y que había nacido en una casa de tradición librepensadora, de las personas que iban creando la piel nueva que habría de surgir bajo la de la Monarquía, la República fue un país. Un país, digo antes, completo : con su himno y su bandera propios, y sus monedas y sus protocolos, con sus partidos y sus sindicatos. Pero también con sus costumbres, su lenguaje, su manera de considerar la historia y la vida, su poesía que resultó ser la de un nuevo siglo de oro, sus canciones.
Para muchas personas esta manera de estar en el mundo era nueva, y la aceptaban o no, la aclamaban o conspiraban en contra, pero para un niño la cuestión era completamente distinta : había nacido en un país que era así, y en el que se desarrollaba. He recibido hace poco un libro muy curioso publicado por el Instituto Samper en 1932 dedicado a las escuelas, que se titula "El evangelio de la república" y que tiene en su portada el dibujo perdidamente realista de un niño con la mano en el pecho, como los comulgantes, frente a una gigantesca figura imprecisa pero dominante, con su gorro frigio y su león, que le enseña un libro. Ese libro es la Constitución, la de que decía que "España es una república de trabajadores". En el prólogo de ese librito se explica que la palabra evangelio tiene una etimología que significa "mensajero del bien" o "buena nueva". Afortunadamente, los comentaristas del libro no mantienen esa mojigatería, sino bastante mas claridad. Lo que quiero expresar con este recuerdo es que se constituyó un país y que los que empezamos a educarnos dentro de él consideramos que esa era la normalidad de la vida, y que cuando eso se rompió sin matices, sin ninguna continuidad que no fuera clandestina y pavorosa, perdimos el sentido de la normalidad. Supongo que de un sentimiento de ese tipo estaría compuesta la idea del regreso a Jerusalén
La República se pudo ver bajo dos aspectos : el doctrinal o el filosófico, mas allá de la misma Constitución y del momento inmediato, que era la continua evolución del pensamiento de la Enciclopedia y de la Revolución de 1789 : la retirada al poder de una sola persona y su aristocracia, y por lo tanto un paso mas hacia la busca de la igualdad ; el final de los pensamientos religiosos vencidos por la "Diosa Razón" ; la nueva relación entre hombres y mujeres, los nuevos conceptos de contrato de trabajo, de sindicalismo, de escuela para todos y con una ampliación del derecho al pensamiento del escolar.
Su aspecto histórico venía a coincidir. La llegada de la República tuvo unos caracteres de acontecimiento, de multitudes en las calles y cánticos y gritos y clamores de esperando una nueva era, ese supuesto que puede producirse tantas veces en una vida humana, pero no debe considerarse como la irrupción de una nueva vida, sino como algo natural : como cuando un animal cambia de piel o de pelaje. La vieja piel monárquica caía como por un hecho biológico y aparecía debajo algo que ya estaba creado, tejido. Se podría suponer que la República estaba creándose en España poco a poco, por debajo de algunos rechazos del poder ; se podría pensar que España llegaba a la República como las naciones americanas se habían desgajado del imperio : como si fuera el último país de ese imperio. La última colonia.
No es extraño que su final tuviera el aspecto también de una guerra colonial ; los militares que habían perdido una a una las que se llamaron joyas o perlas de la corona, los que habían intentado continuar la colonización en Africa, los que llevaban perdiendo batallas desde Felipe II, intentaran una nueva colonización en su propia tierra, y que lo hicieran en nombre del Imperio, o "por el Imperio hacia Dios". Lo consiguieron, pero de nuevo la piel envejeció sobre la bestia ; la caída del franquismo no fue tampoco un hecho, un suceso o un acontecimiento, sino un desprendimiento de las escamas bajo las cuales aparecía una epidermis nueva. No tan nueva como quisiéramos, y además con un envejecimiento muy rápido, porque nunca el presente es enteramente nuevo.
Esto es lo más inquietante de la sensación de extranjería : que hay calles, y nombres, y libros, y caminos, que parecen ser los mismos y, sin embargo, no lo son. Ciertas utopías de la II República han regresado después de la muerte de Franco y de los vaivenes de la Transición, incluso muchas de las utopías anarquistas. El amor libre se considera como algo habitual : pero es solo en ciertas capas de la sociedad, en ciertas aglomeraciones grandes, en las personas que han aceptado algún tipo de liberación personal (sobre todo, en las mujeres, mas retraídas por la civilización antigua : se habla de "mujeres liberadas" para referirse a las que tienen su independencia sexual). El aborto es teóricamente libre, pero está sometido a unas leyes que lo dificultan, el gobierno, secretamente confesional, rechaza su extensión, la iglesia no solo lo condena sino que castiga toda clase de sistemas anticonceptivos que son básicos para su libertad real. El divorcio no parece tener restricciones, pero el derecho civil condiciona de tal manera a las partes que ninguna de las dos puede considerarlo como un hecho dirimente o un final definitivo de contrato. Puede que estas restricciones, y otras mas políticas, sean comunes a las democracias actuales ; pero conviene recordar que la II República Española, al ser la última llegada, fue mucho mas moderna que las otras en materia de costumbres, dentro de una desigualdad básica que aún no ha terminado, entre la España rural y la urbana. La continuidad de la República en la guerra civil acentuó esas libertades.
Probablemente se podrían considerar dos Repúblicas dentro de esa etapa : la que nace el doce de abril de 1931 en las elecciones y se proclama el 14, hasta el 18 de julio de 1936 en que comienza su asalto, y la que va desde ese día hasta el 1 de abril de 1939 en que fue definitivamente vencida. Quizá sería una tercera república en la que los sentidos de las revoluciones alteraron sus principios. Los republicanos clásicos, dentro de una burguesía intelectual de alto valor como puede representarla Azaña, veían desbordado su designio ático por una revolución comunista creciente, que llego a ocupar los resortes militares y a buscar una disciplina civil, un "comunismo de guerra" como se dijo en Rusia de una de sus circunstancias, y por un anarquismo que llegó a implantar sus comunas en pueblos del Alto Aragón (la única experiencia en el mundo entero de práctica del anarquismo) y a estas ideas de sus primeras utopías de uniones civiles, natalidad elegida o separación voluntaria.
Ese triple aspecto de la parte final de la República probablemente permitió una afirmación de utopías que forman parte de las enciclopedistas de su origen y las llevan mas allá. En todas las guerras de este siglo ha habido una gran parte utópica en cada uno de los bandos ; en la República Española parte de esa utopía llegó a cumplirse en la guerra civil.
No es posible hoy la materia triunfante aunque sea considerando solo la primera parte de la II República. La nueva democracia tiene una Monarquía suave o degenerada, pero es su emblema ; y una Iglesia que cuenta con el gobierno, con gran parte de la prensa y de la radio y la televisión, con la mayoría de la enseñanza privada que es casi toda en un país donde la pública ha fracasado estrepitosamente aunque lo disfrace con algunos de sus eufemismos característicos con la expresión "fracaso escolar" : no es el escolar el que fracasa, sino el sistema. El comportamiento de esta democracia nominal está bajo el capitalismo triunfante, sean cuales sean también los nombres que se dé, y sus nuevas guerras, y su contención del tercer mundo. Los dos partidos dominantes tienen también nombres que no coinciden con sus actitudes : el partido socialista obrero no es obrero ni socialista ; ninguna relación con el socialismo republicano, el de la revolución de Asturias y el de sus dirigentes condenados a muerte antes de la República y ejecutados después. En cuanto al partido Popular, no tiene ningún sentido popular ; quizá populista. Las leyes electorales, con sus trampas matemáticas, están hechas para favorecer el bipartidismo, que parece un partido único dividido en dos ; esos partidos no tienen asomo de democracia interna, y cuando el socialista lo ha intentado ha saboteado él mismo sus resultados porque no coincidían con lo que esperaban. En el parlamento los diputados tienen obediencia de voto, o disciplina como se prefiere llamar. El reglamento de las cámaras favorece al poder, sea cual sea, frente a la oposición. El Senado no existe. La justicia está fuertemente influida. El Estado nombra los fiscales : en estos se ha visto un conservadurismo tal que se ha opuesto a la extradición de Pinochet, a las medidas de negociación con el País Vasco (acercamiento de presos, libertad de la directiva encarcelada, reaparición del diario prohibido "Egin"), como se opuso al procesamiento de un juez (Gómez de Liaño) acusado de prevaricación cuya finalidad era un ataque directo a la libertad de prensa sobre el diario "El País".
Por todo ello, no es difícil que un superviviente de la II República se encuentre en un país extranjero. No es una sensación freudiana, o un mal sueño, o una disconformidad, o un combate entre el niño y el adulto : es una verdadera comparación de una España que comenzó a ser y que fue destruida : otro país, un país extinguido.
Eduardo Haro Tecglen