Y mucho. No vengo a hablaros de los que ahora son llamados "curvy" o "rellenitos", no. Os vengo a hablar de los problemas que tenemos los gordos de verdad; los que utilizamos sujetador deportivo y tenemos la panza de una embarazada de 9 meses. Ah sí, soy Manu, tengo 34 años, peso 173 kilos, uso sujetador deportivo y como podréis observar no tengo ni un ápice de vergüenza ¿algún problema? Estos son algunos de los factores que me dificultan la vida, a parte de los básicos como atarme los cordones o agacharme, entre otros.
1- El cine:
Uno de los motivos por los que ya no piso el cine ni aunque me paguen es el tamaño de las butacas. ¿Para quién cojones están diseñadas? ¿Para modelos del Victoria Secret? Pagas la entrada (que te cuesta un ojo de la cara), esperas la cola y cuando llegas a tu butaca tienes que hacer más maniobras para sentarte que para aparcar el coche en doble fila. Total, que acaba la película y toca levantarse, pero después de haberte apretado un bote de palomitas XL (más los doritos que habías robado a tus colegas) y un litro de Coca-Cola no hay forma humana de sacar el culo del asiento. En fin, que parece que ahora hay que llevarse una grúa o una palanca al cine. Lo mismo pasa con los putos taburetes de los bares o los asientos del tranvía. Para que os hagáis una idea, en un taburete corriente y moliente me cabe solo una nalga, así que echad cuentas.
Todas las mañanas voy a currar en metro, y como los asientos son relativamente amplios no tengo ningún problema. Ahora sí, alguna vez que he tenido que coger el tranvía porque el metro iba demasiado lleno o llegaba tarde me he arrepentido como el que más. Los asientos son de estos que están pegados a la pared y los tienes que bajar tú manualmente. Además de ser una mierda son enanos, y cómo no; tengo que utilizar uno para cada nalga. Eso sí, lo peor que me ha pasado con este asunto viene ahora: ocurrió hace un año, cuando yo iba a trabajar y un gilipollas se me acercó a preguntarme a ver si le dejaba uno de mis dos asientos. "Esque veo que estás ocupado dos", no te jode. Por no montar el pollo me levanto y le cedo los dos, a lo que él me responde "no, no, si sólo necesito uno, siéntate tú en el otro". Pero vamos a ver alma de cántaro, ¿no ves que no quepo en un puñetero asiento?. Y no te queda otra que responder amablemente con un "no, si yo ya me bajo en la siguiente" aunque tenga unas ganas de la hostia de sentar medio culo en mi asiento y medio en el suyo y aplastarlo.
2- La ropa:
Ir a la moda y estar gordo no van de la mano. Parece que las tiendas del palo de Pull & Bear y Zara solo tiene dos modelos de camisetas para gente gorda: o te quedan grandes (que ya es decir) y parece que llevas una carpa de circo o te quedan tan apretadas que según levantas los brazos la camiseta se levanta y se te desparraman las lorzas. Lo mismo pasa con los pantalones; unos te quedan a modo campana y con otros pareces una morcilla embutida. Que luego los gordos no estamos a la moda. Tócate los cojones.
3- Comer con gente:
Quedar para comer/tomar algo con los compañeros del curro o con los colegas puedo ser una encerrona. Si comes mucho te lo echan en cara y te toca aguantar comentarios tipo "¿ya te conviene comer tanto?" o "¿no crees que deberías controlar lo que comes?". Claro, resulta que ahora todos son endocrinos y tienen los cojones de decírmelo con un puto cigarro en la mano, como si fueran los más sanos del mundo. Pero claro, si no comes porque tienes el estómago revuelto o simplemente no te apetece (sí, los gordos no nos pasamos el día zampando) también toca aguantar comentarios como "Qué raro que no comas nada".
4- El deporte:
Partiendo de que subir las escaleras cuando el ascensor está estropeado nos deja sin aliento, el deporte en general no es nuestro mejor aliado. Pero el ciclismo es el que más me toca los huevos. No hará mucho desde que hice una ruta de 10 km en bici con la familia. Al principio me negué a ir, pero tras muchos "va Manu tío anímate no seas soso, que así adelgazas" no me quedó otra. Pero claro, no valía ir en chándal básico, no. Había que llevar las típicas pintas de subnormal que llevan los ciclistas: que si las gafas de sol, que si el casco, que si la camiseta de licra ajustada y los leotardos... Total, que lo más jodido no fue hacer los 10 km sin echar un pulmón por la boca (que también), sino embucharme los leotardos y pillar la postura perfecta para que el sillín de los huevos no se me clavara en el ojete. Y luego que hagamos ejercicio, no te jode.
A todo esto hay que sumarle los prejuicios que tiene la gente hacia los gordos, que no son pocos. Por lo que he leído en foros del palo de "enfemenino" y rollo fitness, los gordos somos gente guarra y maleducada, que huele mal y lo más acojonante de todo es que según muchos, nos tiramos más pedos que el resto y además en público. Tócate los cojones. Vamos a dejar las cosas claras de una vez; el olor corporal y la higiene son cosas que dependen de si eres un cerdo o no, no de tu peso. Y el tema de los pedos también. Será que cuando voy al curro en el metro o por la calle mismamente no habré visto a gente tirarse un pedo y tratar de disimularlo tosiendo y no eran gordos precisamente. Ojo, que yo soy el primero que después de una buena comilona se tira unos pedos que retumban hasta las paredes, pero joder, lo hago en mi casa. Así que no me vengáis con que los gordos somos unos zampabollos malolientes que nos pedorreamos por la calle porque no es así. En fin, que la vida de las personas obesas no es nada fácil de por sí como para que la sociedad y sus prejuicios nos la hagan aún más difícil. Que sí, que ahora me diréis que si estoy gordo es porque quiero, y no os lo niego. Amo la comida y la disfruto como un auténtico cerdo, así de claro. Como el cuádruple de lo que debería, muchas veces hasta cuándo no tengo hambre simplemente por aburrimiento e incluso he llegado a levantarme a las tantas de la madrugada con un hambre de atar y arrasar literalmente con la nevera. Y no os voy a mentir, podría echar la culpa de mi obesidad a mi trabajo de secretario en una oficina como hacen muchos, pero no lo hago porque sé que la culpable es mi glotonería; ni huesos anchos ni retención de líquidos ni pollas en vinagre. Pero no voy a eso. La solución no es que yo adelgace, porque eso es MÍ problema y solo me incumbe a mí; lo que hay que hacer es cambiar la mentalidad de mierda de todas las personas que cuchichean y hablan sobre tu peso cuando te ven pasar por la calle o que te desprecian por no ser un puto palo y hacer un cambio muy necesario en la sociedad de una puta vez.