He vuelto a casa de mis padres una temporada: nuevo trabajo donde viven y parada en mi vieja casa hasta encontrar algo nuevo. Mudanza de cinco años a mis espaldas, decenas de cajas en mi habitación de siempre, la cual ya de por sí tenía centenares de cosas: libros, videojuegos, CD´s de música, cómics, etc. El armario de la ropa daba miedo verlo.
Antes de venirme ya tiré bolsas de basura grandes hasta los topes de mierda innecesaria, doné unos tantos kilos de prendas que hacía siglos que no usaba y me di cuenta de que amasamos una barbaridad de objetos que olvidamos en el tiempo hasta que una mudanza, o tener la necesidad de más espacio, nos hace darnos cuenta de la inutilidad del tener por tener.
Hace poco hablaba con un conocido cuya afición es coleccionar trading cards y me decía algo que me abrió un poco los ojos: Sólo me quedo con aquello que al tocar me hace feliz y que puedo tener al alcance de mi mano en pocos segundos. No me quedo con nada que esté cogiendo polvo en un armario, que guarde por guardar o que al verlo no me despierte nada.
Y es un consejo que durante este mes ha ido calando en mí. Me puse a hacer un poco de inventario de todo lo que tenía. Empecé por la ropa y fui eligiendo prendas que hacía años que no usaba pero tenía “por si”. Las que podía donar, las doné y aquellos que incluso tenían una etiqueta puesta, por comprar en rebajas y después por X no usar, las vendí. Ahora mi armario respira con lo básico y lo más combinable, aunque suponga repetir modelito.
Lo gordo está viniendo con la cantidad de cosas que he coleccionado a lo largo de mi vida: desde álbumes de cromos, cómics, videojuegos o libros. Un absoluto caos. Pero decidí hacer lo mismo: inventario de aquello que al tener en mis manos me despertaba algo y cosas que directamente hacía años que ni miraba. Y ahora, poco a poco, voy quedándome con lo que quiero tener y deshaciéndome de los “por si”.
Con todo esto quiero decir que, aunque tarde, uno se da cuenta de que no necesita tanto. Mucho menos en la era digital. Que está guay tener una edición física de X, pero que si su valor emocional, artístico o loquesea no nos dice nada: a vender. O donar. O regalar. Siempre va a haber alguien dispuesto a quedarse con la mierda que ya has consumido y que ahora, lejos de sumarte, te resta.
¿De qué sirve todo lo que duerme en los trasteros? Queremos tener por tener, sin más. Y no necesitamos ni la mitad de lo que queremos.