Yo no conocí a ninguno de mis abuelos. A mis abuelas sí, y la verdad es que, aunque iban cumpliendo años, el carácter de ambas no cambió: una siempre fue una santa y adorable, y la otra una egoísta que se preocupó siempre primero por sí misma antes que por sus hijos. Incluso a ellas las perdí pronto, con 10 y 14 años.
Vivían fuera, en verano íbamos a ver a una (mi abuela materna) y en Semana Santa a la otra. Me hubiera gustado tener una relación más estrecha, como la que tienen mis sobrinos con mi madre. Las dos siempre tuvieron bien la cabeza, para bien y para mal. Eran unas supervivientes, como toda su generación, como mis propios padres. Mi abuela materna siempre estuvo arropada por sus hijos, incluso ya casados: normal, era un cielo, lo ponía todo muy fácil, cariñosa hasta el extremo; nos la trajimos a vivir con nosotros y falleció aquí. Al año siguiente trajimos a mi abuela paterna, para no hacerla de menos: todo lo contrario, espiaba a mis padres por la noche, escuchando con la oreja pegada a la puerta de su habitación, nos fiscalizaba lo que hacíamos o lo que picábamos entre horas; terrible.
Como era una niña, nunca tuve una conversación seria con ellas, pero no sentí que fueran más sabias, o tuvieran el plus de la experiencia de la vida.